La noticia leía “Se
descubre máquina capaz de escribir narraciones extraordinarias“. Las letras
en negrillas no dejaban de venirme a la mente cada vez que intentaba escribir
algo. Como si fuera tan fácil escribir.
¿Cómo será tener una máquina de esas? ¿Qué tipo de suerte es la que se requiere
tener para toparse con una y que encima, cual prodigio, escriba todo lo que uno
no puede?
La mente en blanco y ese
inquisitivo cursor parpadeante, siempre constante, como el tiempo que pasa y
uno aquí viendo amanecer; sin avanzar ni en sus letras, ni en su vida. Una
maquina extraordinaria, esa capaz podría decirme qué es lo que me tiene
despierto todas las noches con este maldito insomnio que ni los baños de
lechuga pueden quitar. ¡Vaya manera de desperdiciar el tiempo! Si tan sólo
tuviera una maquina extraordinaria que descifrara mentes y pudiera plasmar en
qué consiste este atasco en el que me tienen mis personajes. La historia es un
lío, pero eso siempre pasa, lo más sencillo siempre es lo más complejo, pero
esta vez sí que se pasaron. Me tienen hecho un nudo... veinte años de historia
y ni pa´tras, ni pa´lante. ¡Coño!
Las palabras abandonan la escena.
¡Genial!, lo que me
faltaba. Apenas se mueven mis dedos para teclear
algo y es sólo para decirme que los personajes rehúsan hablarse; pero ¿cómo se van a rehusar? ¡Van sentados
en un mismo vagón y han decidido ver la vida pasar! Vaya truño. Yo aquí
comiéndome las letras y estos que deciden no avanzar. ¿De dónde carambas sacó
yo una maquina de esas que escriba sola? La quiero, pero para darles de hostias
en la cabeza a este par de tontos.
Mientras enojado contemplaba el monitor mis dedos comenzaron a
moverse para decir:
De pronto él sacó un
cordel rojo de la bolsa izquierda de su saco y comenzó a atarla por los pies y
luego por las manos. Ella lo miraba en silencio, sin moverse y casi sin
respirar. Sabía que si lo dejaba hacer esto ninguno de los dos sería capaz de
moverse ni salir del vagón, y eso le gustaba. Ella pensaba en un viaje largo,
entre campos verdes y una luz eterna, tierna, leve, tan silenciosa como los
sentimientos que ella destilaba ahora. No se percataba que esa sensación pese a
ser tierna no era la más leve ni la más llevadera de todas las angustias, se
trataba de unir su vida, sin vuelta a tras a la de él, el mismo personaje que
había entrado a su vida con el sonido de una campana hace casi veinte años. Sus
manos comenzaron a moverse y a ayudarle a seguir haciendo nudos. Mientras él la
ataba ella ataba los cabellos de él al mismo cordel. El orden de las cosas no
les importaba. Estaban juntos e iban a tapizar todo el vagón de rojo si hacía
falta. Estaban reclamando su espacio en el mundo en medio de ese recorrido
entre nieve y viento. Ya casi llegaban a casa.
Mis dedos seguían tecleando. Que
extraño, jamás se me habría ocurrido que una historia de amor pudiera
involucrar la toma de un vagón en pleno viaje. ¿A dónde quieren llevarme este
par?
Cuando menos se percataron el vagón entero
estaba cubierto de hilo rojo, y ellos bien sujetados a él. El único cálculo que
no hicieron fue el de la llegada a la estación. Alguien más tendría que ocupar
sus asientos o tendrían que comprar billetes para seguir viajando eternamente.
Sin dinero, sin palabras y sólo con un cordel rojo decidieron arriesgarse a ver
lo que pasaba. No se habían abandonado en tantos años, no lo iban a hacer
ahora. Finalmente, el tren llegó a su destino.
La escena fue tan fuerte que
las personas que la contemplaron quedaron atónitas. Ninguno se atrevió a emitir
un sonido. Reino el silencio. No había más que decir. Él la había elegido a
ella y ella lo había elegido a él. Este par de seres extraños, mitad humano y
mitad monstruo, se combinaban en distintos matices. Entre luces y sombras
unidos generaban un sentimiento profundo e indefinible. Estaban. Ese pequeño
vagón era su reino, su espacio y tiempo, lo demás no importaba; y tan no
importaba que incluso cuando la Reina vino a ver a qué se debía la muchedumbre,
ella misma se paralizó frente a la escena.
Después de analizarlo
largamente y contemplarlo por todos los ángulos decidió pronunciarse al respecto,
pero no tuvo palabras. Sólo se tocó el corazón, sacó un cordel rojo de debajo
de su falda y comenzó a atarse. Las palabras también habían abandonado su
mundo.
¡Claro! Las palabras son
infinitamente cortas cuando las emociones están desbordadas. Ninguna máquina es
capas de inventarlas, si acaso sólo las acaricia. Estos dos en “babia“ y yo
queriendo que fueran “normales“. Esto de
sentir no tiene nada de normal.
Mis dedos finalmente han llegado a su destino.